QUERESTIARIO
QUERESTIARIO
CANSADO
Recuerdo, cuando era muchacho, salir a recorrer el Norte de Chile, a dedo. Tendría 19 o 20 años, era mi primera pena de amor y mi primera experiencia como Romero. Dormí en las Bombas de bencina, sobre la carga de mas de algún camión, en medio del Desierto. Conocía montones de Posadas donde paraban a comer los camioneros.
Hay un capítulo que nunca se me olvidó.
En aquellos tiempos, se acostumbraba mucho a escuchar y grabar Radioteatro, algo así como son las Teleseries de hoy día, sólo que éstas eran vivídas a través de los micrófonos de las radioemisoras. Pues bien, aún estando soltero, hicieron un llamado en Radio Yungay para las personas que quisieran integrarse a un elenco de radioteatro en formación. Fuí. Quedé aceptado y empezaron los ensayos, todas las tardes. Al director le gustaba mi modulación y lo educada que tenía la voz. La verdad es que nunca había hecho un curso para ello, lo que si hacía era leer harto y en voz bien alta, casi gritando.
A mi me llamaba la atención una pareja de madre e hija que estaban también participando. La muchacha era hermosísima y su madre, tampoco había sido fea en su juventud. Nos hicimos de grandes amigos ya que daba la casualidad que ellas vivían en la población vecina a la mía. De tal manera que nos veníamos prácticamente juntos los días de ensayos, los cuales por cierto no eran pagados, Sergio Gjurinovic, o algo así se llamaba la persona que nos dirigía.
Un día y de pronto madre e hija no aparecieron más por los ensayos. Como a la semana siguiente leo en un diario un clamor de un padre y esposo solicitando que volvieran a casa su esposa e hija, las cuales lo habían abandonado, y aparecían las fotos de ellas. Cual no sería mi sorpresa al ver a las dos amigas mías, las mismas que ensayaban radioteatro conmigo, las que habían desaparecido de los ensayos sin saber nada de ellas. Obviamente vino inmediatamente la resignación de no ver mas a mis amigas. Triste final de un capítulo de radioteatro.
He ahí entonces, la triste muerte de un actor de radio en potencia. No acudí mas a los ensayos y no supe nunca más del fin de ese elenco. Alcance a grabar tres capítulos que fueron lo que salieron al aire, o por lo menos los que yo escuché.-
El Norte es lindo, sus cerros cortados a cincel dejando al desnudo las vetas multicolores de sus minerales. Resaltaban fundamentalmente al atardecer cuando los rayos del sol, picados porque ya no podían hacer daño sobre la piel de los pobres humanos, chocaban con sus últimas saetas contra los cerros cordilleranos, que servían como fortón en contra de ellos, diseminasndo en pequeños haces de luces, fragmentados en miles de minimos rayos que se esparcían sobre las solitarias pampas de nuestro desierto.-
En las mañanas no había reflejo, ya que el sol salía a las espaldas de los cerros, de tal manera que no había espejo alguno donde pudiese reflejarse.
Venía bajando de Arica, y me desvié hacia una antigua estación calichera que tiene un pueblito que se llama Baquedano. Efectivamente era un pueblito, una estación y un Restaurant, lo único que había abierto, debe haber sido entre las dos o tres de la tarde. Me siento, cansado, esperándo que me atiendan: "¿Que se va a servir?" Traigame una papaya le digo sin mirarla. Al traerla la miro, era preciosa la muchacha, diferente a todas las gentes del sector, instintivamente y aún no sé por qué, miró hacia el mostrador y veo a la persona que estaba tras de él.
¡Quedé atónito!
Eran Madre e hija, mis amigas, mis compañeras de radioteatro. Las que habían desaparecido y abandonado su hogar medio año atrás.
Conversamos. Me explicaron que el tipo les daba mala vida. Debe haber sido cierto, ya que no se habrían ido a enterrar a ese pueblo tan lejano y escondido. Estuvimos toda la tarde conversando. Me ofrecieron hospedaje, lo que obviamente no acepté. Me hicieron prometerle que no les contaría a su esposo (al cual ni conocía) ni a nadie, que yo habia estado con ellas, que la casualidad me había hecho descubrirlas. Les prometí que así lo haría. Y así lo hice.-
Perdonénme muchachas por haberlo contado ahora. Mal que mal han pasado cuarenta años que ocurrió esta historia, que por cierto es verídica. Si es cierto que Gardel dijo que veinte años no es nada, cuarenta son un poquito mas que nada. ¿No les parece?